sábado, 25 de julio de 2015

Epílogo (resumen y reflexiones)

Atrás han quedado muchos kilómetros recorridos pero muchos más por recorrer. En realidad hice el viaje que tenía planeado, aunque por ganas lo prolongaría durante meses. El mayor hándicap es la lejanía de Sudamérica y volver a estas tierras es complicado, pero hay tantas cosas que ver, tanta gente a la que conocer, lugares increíbles que disfrutar..., quien sabe...

Próximo a la costa, por la Panamericana
Llamas en el altiplano
Guardian de mi tienda, en la playa

Perú primero y Bolivia después, son dos países que me han sorprendido gratamente por su belleza, su geografía y su clima. Empecé en Lima, con calor, demasiado para mi, y discurrí hacia el sur siguiendo la carretera Panamericana por lo que es un larguísimo corredor pegado al mar y un desierto en toda regla que me permitieron montar la tienda en una playa solitaria para hacer noche y hasta darme un baño en el Pacífico. Y tienen ambos países una altiplanicie árida y fría donde las llamas, las vicuñas y los cactus aportan una imagen distinta y deseada. Y la selva, ese elemento mágico que dejo pendiente de visitar.

En el Centro de Interpretación de Paracas cuelga un cartel con una frase de David Bellamy, botánico y divulgador científico que dice así:
"Si hubiera una catástrofe planetaria y tuviera la posibilidad de elegir un país para salvar y reconstruir el planeta, sin duda escogería el Perú". Yo, he encontrado tantas similitudes entre los dos países que humildemente me gustaría hacer extensivo el alcance de tal afirmación también a Bolivia.

Han sido dos meses intensos y que han dado mucho de sí porque dediqué el tiempo necesario a conocer todos los objetivos que había planificado. Para mi fueron, desde muy joven, lugares que estaban en mi mente, espacios sobre los que había leído y su existencia tiraba de mi como un imán. A saber:
Hablo de Huacachina, a tan solo 5 km de Ica hay un oasis que me dejo pasmado.


Oasis de Huacachina

Sabía del lugar y había visto fotografías, pero como de costumbre, las imágenes no dan la idea exacta de la espectacularidad del caso. Lo digo especialmente por las grandiosas dunas de arena, más propias del Sahara que de este lugar del Perú. Un lugar para visitar y sorprenderse. Y hablo de Paracas, de sus Islas Ballestas, de su famoso y más misterioso "candelabro". Y si de misterio hablamos no puedo dejar pasar por alto las famosas lineas y figuras de Nazca, que tantos desvelos le costaron a la arqueóloga y matemática Maía Reiche en toda una vida dedicada a su estudio.

Colibrí, una de las figuras de Nasca


Y de aquí, un salto sobre la inmensidad de la cordillera de Los Andes para situarme en la cifra mágica de los 5000 m.s.n.m. y sufrir del mal de siroche, ese mal de las altura que ocasiona la falta de oxígeno y el enrarecimiento del aire, especialmente si se hace practicando ejercicio, como era el caso.


Pero bien mereció la pena los dolores de cabeza y las compulsivas bocanadas de aire que el cuerpo exigía en busca de más oxígeno, porque esas montañas son espectaculares en altura y en belleza. Disfrutar de los colores tan cambiantes, del aire, del frío de la época, de los rebaños de llamas y vicuñas, de los amaneceres y las puestas de sol... cada día era una jornada distinta y llena de belleza.


Qué decir de Cusco y del propio Machu Pichu. Más emblemáticos no pueden ser, ni más deseados tampoco. O el viaje en el famoso tren entre Ollantaytambo y Aguas Calientes, y la subida al poblado. Que Machu Pichu esté declarado como una de las maravillas del mundo y patrimonio de la humanidad lo dice todo pero luego queda la visión personal, la que aportan los propios sentidos, y eso es lo mejor. La magnitud de la obra, sus profundos valles la vegetación y los verdes que rodean el poblado, su arquitectura y su trabajo con tan precarios medios . Es difícil explicarlo con palabras.

Las jornadas siguiente me llevaron a Juliaca y Puno por el altiplano durante cientos de kilómetros a unos 3800 m.s.n.m. casi constantes . En realidad, el reclamo fue el Lago Titicaca, otra referencia ineludible, el lago más grande a mayor altura que existe sobre La Tierra. Allí, la visita obligada fue a la Isla flotante de los Uros y, aprovechando el barco, también a la Isla Taquile. Hoy los Uros siguen residiendo en esas islas que ellos construyen con un junco llamado "totora", aunque viven casi exclusivamente de las visitas de los turistas y de la venta de sus artesanías. Todo lo acaba desvirtuando el dinero y la picaresca. Pero mereció la pena entender in situ cómo son, cómo eran y como construyen sus viviendas.

Y marché 140 km a lo largo de un bellisímo Lago Titicaca buscando la frontera con Bolivia. Para alguien que como yo vive a la orilla del mar, causa la extraña sensación de estar en casa, es tanta la inmensidad del agua y su intenso color azul que tu cabeza sigue "viendo" mar y no un lago. Fantástico de veras.

Tuve la tentación de girar mi ruta el sur camino de Arequipa para visitar el Cañón del Río Colca fueron grandes los deseos. Me consta la belleza del lugar pero volver a cruzar Los Andes dos veces más, era demasiado para mi físico y para mi mente. Sí, porque luego debería volver hacia Bolivia y eso suponía demasiado esfuerzo. Así pues, cambié de país través de la frontera más conocida: Copacabana.

Copacabana e un lugar muy turístico situado en la parte del Lago Titicaca perteneciente a Bolivia. Por descontado que el turismo en la vía principal de ingresos en la vida de su gente. Aquí es casi obligado una visita a la Isla del Sol o a la Isla de La Luna. Particularmente disfruté más de la excursión en Puno, especialmente porque los bolivianos se limitaron a subirnos al barco, soltarnos en la Isla del Sol y recogernos a la hora convenida. Mala la organización. Y lo peor es que debido a la deficiente información recibida algunos quedamos en la parte sur de la isla y nos perdimos la parte más interesante. 

Pero en mi cabeza había un destino al que tenia enormes deseos de llegar y que era una de mis referencias: Uyuni. Si, pero tendría que pedalear mucho hasta entonces y sufrir unas horribles carreteras en obras a 3800 m.s.n.m. y mucho desierto, superficies planas y agrestes hasta el aburrimiento.

La Paz, la capital, me decepcionó un poco, o mejor dicho, no supe apreciarla. Está metida en una hondonada y vayas a donde vayas has de subir cuestas. De todos modos mi actitud turística fue nula porque lo que en realidad me interesaba de esta plaza era tomarla como base para ir a realizar el descenso en bicicleta por el antiguo Camino a Los Yungas, mítica donde las haya por el tremendo grado de peligrosidad que a lo lago de décadas se ha ganado a base de desgraciados accidentes que cada año dejaban cientos de muertos. 
Un poco estrecha, ¿verdad?
Es tan estrecha y sus precipicios tan profundos que los vehículos circulan por la izquierda y los que suben tienen prioridad, debiendo detenerse los que bajan en caso necesario para dejarles vía libre; se trata de que los que suben lo hagan  alejados del borde peligroso consiguiendo de este modo un doble objetivo: ver por donde van las ruedas y evitar que los camiones cargados romper los bordes de la carretera con peligro de despeñarse.

Hasta 800 m. de desnivel
 Era un día normal de temperatura fresca como correspondía a primera hora de la mañana y camino del invierno. Llegamos en furgoneta a unos 4700 m.s.n.m. y ahí, ya en las bicicletas y  equipados de ropa, guantes y casco comenzamos un descenso que nos llevaría a bajar durante varias horas los más de 55 km de curvas cerradas por un camino de tierra atravesando riachuelos y alguna cascada que nos bautizó con su agua. Un paisaje precioso y de profundos valles que era mejor mirar de soslayo porque no hacía gracia imaginarse caer desde alguna de las múltiples curvas del recorrido.

Y la ropa iba sobrando a medida que la altura disminuía porque nos adentrabamos en terreno selvático de grandes plantas, espesa vegetacion, mucha humedad y un calor sofocante. Llegamos empapados de sudor y con el ánimo alterado por el descenso. Esta bajada era un sueño que acababa de cumplir y la emoción fue grande.

 El viaje continúa hacia otro deseado objetivo: Uyuni. Lo hice a través de grandes planicies situadas a una media de 3850 metros de altura y durante más de 600 kilómetros de carretera aburrida y polvorienta, pero el objetivo estaba fijado y la ilusión en todo su apogeo.

En el Salar de Uyuni

Amaneciendo en el salar
 
Ver el Salar de Uyuni,  pisarlo, dormir a pie del vocán Tunupa, contemplar el amanecer, su puesta de sol y  una luna llena esplendorosa perdiéndose por el horizonte es algo que ya queda en mi recuerdo por los días de mi vida. Un mar de sal, un desierto en toda regla que te deja perplejo y que pude pisar, no solo con mis pies, también rodar con mi bicicleta a la que no podía dejar al margen de tal acontecimiento.

Isla de Incahuasi
Y la visita a la isla Incahuasi, tan reconocible por sus cactus, algunos de varios metros de altura y donde me harté de sacar fotografías y recorrerla a pie disfrutando de las vistas sobre el salar. Tres días allí fueron suficientes para hacer "caer" otro emblema de cualquier viajero por Sudamérica.

El camino se iba acortando y entraba en las últimas etapas de mi viaje. Me esperaba Potosí, lugar que debe su fama mundial a las minas de plata ahora venidas a menos, agotadas por una explotación brutal de los colonizadores españoles en ese Cerro Rico, de figura cónica casi perfecta y que se yergue orgulloso sobre la ciudad.
 
Resultado de imagen de cerro rico
El Cerro Rico
Hoy, de las minas se extrae un mineral que en en absoluto es tan rico en plata como antaño pero la minería sigue siendo cuestión clave en la economía del lugar. Mi idea y deseo cumplido era conocer in situ, interiormente, una de están minas. Y así fue, una experiencia realmente asombrosa, esecialmente porque en un alarde de falta de rigor profesional nos adentramos compartiendo espacio con los propios trabajadores y sin medidas especiales de seguridad. Pude comprobar lo duro que es ese trabajo que les lleva a situaciones de consumo de hoja de coca y alcohol más allá de lo aconsejable, pero que les sirve de estimulante para aguantar el ritmo de trabajo y el cansancio. Por supuesto que en ocasiones lo pagan caro pues los accidentes personales son mas que frecuentes.

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El "Tío"
Es lógico que esta gente sea supersticiosa en grado sumo, lo que les lleva a adorar a un ser al que apodan "El Tío" que tiene figura de demonio, cuernos incluidos y que es portador de un gran falo como representación de la hombría y/o fertilidad del propio minero. Se supone que en las profundidades de la tierra gobierna el demonio, cosa contraria a Dios que lo hace en las alturas. Y entre ambos andan estas buenas gentes, encomendándose a uno o al otro según sus conveniencias.


A partir de aquí solo me quedaban dos referencias de cierto interés histórico, por decirlo así. La una está situada en La Higuera, lugar donde dieron muerte al Ché Guevara y que aún conserva la escuela y el pupitre sobre el que estuvo prisionero. Es una zona de sierra, dura para pedalear y aparte de la curiosidad no me atraía en lo más mínimo. Lo sopesé y decidí no ir a pesar de sentirlo mucho. Otro de mis deseados destinos estaba en el pueblo de Samaipata donde un complejo arqueológico llamado
El mayor petroglifo delo mundo

El Fuerte es famoso por ser considerada la mayor obra rupestre del mundo y estar declarado como patrimonio cultural de la humanidad. Es una enorme piedra esculpida de unos 240 metros por 60, lo que la convierte en el mayor petroglifo conocido. Está a casi 2000 m.s.n.m. y decidí llegar allí en bicicleta (sin las alforjas) a pesar del barro y agua que tupe que soportar. Y calor, mucho calor y altísimo grado de humedad que dejó mis fuerzas maltrechas. Pero lo hice y la satisfacción fue doble.

Y termina mi viaje en Santa Cruz de la Sierra, una ciudad importante. A mi me gustan sus espacios grandes, sus amplias calles, su ubicación en terreno llano..., vamos, el lugar ideal para que los que mandan puedan planificar y construir de modo barato una red de carriles bici que fuera la envidia de cualquiera. Evidentemente no lo van a hacer. Por acá, la bicicleta el un artículo ajeno a las carreteras y despreciado con saña por cualquier automovilista.

Pasé varios días en la ciudad sin tocar la bici. Mi mente se ha relajado olvidándome del pedaleo diario y de solucionar cada una de las preocupaciones cotidianas. Ahora he dedicando el tiempo a conseguir un embalaje lo más adecuado para meter la bicicleta y facturarla, y preparar mi equipaje para el regreso a España. Fecha prevista, el día 28 de julio. Me he relajado en exceso, aliviado de preocupaciones y llegado a la conclusión de que, de no haberme apurado en conseguir el pasaje de avión, estaba ya en condiciones de seguir moviéndome de nuevo. De hecho tengo "mono" de viajar. Hubiese ido camino de Iguazú a través de Mato Grosso de Sur, en Brasil, que esa era la idea programada inicialmente pero ya tomé una decisión y regreso a casa.

Vuelvo conociendo un poco más de mi. Como en cada viaje he disfrutado, sufrido, me he enfadado, entristecido, superado temores y montañas, fríos y calor. Todo ello me ha hecho un poco más fuerte y me ha permitió perder alguno más de mis múltiples miedos. No he podido evitar críticas a personas y modos de hacer o de vivir, pero no por ello dejo de reconocer que he viajado voluntariamente por países distintos al mío y de costumbres ajenas. Alguien decía que los países están diseñados para que su propia gente se sienta cómoda, no el visitante. Así pues tendré que pedir disculpas por no haber sabido entenderlo siempre y haber elevado mi voz en más de una ocasión.

Y es, debe ser normal, que en cada final de viaje se apodere de mi el sufrimiento de la nostalgia. Las nostalgias (mejor en plural), la una por lo que dejé en España, y la otra, por dejar de moverme y seguir conociendo gente y andar tierras. Y es que viajar es tan completo, tan redondo, tan útil, tan..., tan... Y hablo de viajar, no de ejercer de turista. El viajero comienza cada día sin saber casi nada de lo que ocurrirá en la jornada. Yo nunca podía saber con quien hablaría, donde pararía a comer, donde conseguir un alojamiento  -o no-, todo es distinto aunque parezca rutinario, y este modo de vida, a mi, me parece fascinante. Con ilusión y los sentidos alerta nunca puede haber aburrimiento, y siempre se encuentran cosas positivas a pesar del sufrimiento, que lo hay, como no. Y es ese sufrimiento, el físico y el anímico, la soledad, las horas de  meditación sobre la bicicleta etc., te enseñan a comprender cosas que normalmente no ves de ti mismo. Eso que llaman algunos, viaje interior.

He viajado y lo seguiré haciendo par ver aquello que veo, para ir, para conocer más gente y más lugares, para aprender, para dejar atrás prejuicios, para acercarme a lo nuevo, para estar cada día un poco loco, para aburrirme y disfrutar de mi aburrimiento, para estar solo y disfrutar de la soledad. Y al final, para acabar como ahora, con ganas de comenzar de nuevo, con mayor ilusión que la vez anterior. Pero por encima de todo, este viaje en concreto, me devuelve a casa, a mi entorno habitual, a mi vida cotidiana, con una enorme carga de humildad.

    Contemplando el Lago Titicaca

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