A expensas de lo que me aguarde el futuro más inmediato, ésta es sin duda una de las etapas que más voy a recordar por ser tan variada, tanto en lo físico como en lo emocional.
El descanso de dos días en Puquio me vino fantástico. Aún con el sol escondido salí pleno de euforia. Ahora me doy cuenta que en mi ignorancia no sabia bien lo que me esperaba. Y ello fue una etapa donde las primeras seis horas hubo un constante subir en zig zag por una carretera en continuado ascenso y plena de curvas increíbles. De hecho, la mayor parte del tiempo seguía viendo una y otra vez la misma imagen de Puquio allá abajo, lo cual resultaba desesperante.
Aquí hablamos ya de otro Perú, el de las cumbres, con un terreno permanentemente sinuoso y de gran belleza. Los colores, del verde claro al ocre lo inundan todo. El agua está permanentemente a la vista mientras desciende de lo más alto en pequeños regueros. Es por ello que hay verdor, y siendo así, no falta el ganado, especialmente el vacuno por ser aquí la altura más suave, del orden de los 3500 metros sobre el nivel del mar. Eso si, es una zona bastante despoblada así que fui precavido y portaba comida suficiente. En todo caso en algún punto inesperado y aislado de la ruta apareció un "restaurante" (así rezaba el cartel) que solo los habituales conocen. Por supuesto que aproveché para comer un plato elaborado aunque la trucha frita lo estaba tanto que la partía a trozos con la mano.
El tiempo pasaba con gran sufrimiento a cada pedalada hasta llegar a terreno más plano pero ya estaba muy cansado, tanto que entrada la tarde me empezé a preocupar porque había ganado mucha altura y el frío era proporcional. Me afectó el Soroche, también llamado mal de altura, y me produjo un fortísimo dolor de cabeza que pensé que calmaría con una infusión de coca que pedí para acompañar con la comida. Ni coca ni leches, por la noche tomé un Ibuprofeno y mano de santo. Lo peor fue el otro efecto, la sensación de ahogo por falta de aire. En realidad lo que me faltaba era oxigeno y yo abría la boca absorbiendo como un loco. Debo aclarar que llegué a una altura de 4500 metros lo que para un tipo como yo, acostumbrado a vivir a nivel del mar, es una barbaridad si tenemos en cuenta el factor bicicleta cargada hasta los topes y al consiguiente esfuerzo físico.
Un aparte para decir que a punto de parar y montar la tienda de campaña me encontré con una patrulla de la policía de carreteras lo que supuso a posteriori un buen enfado pero también la salvación. Siete polis en dos coches que me invaden a preguntas. Uno de ellos parecía un jefe importante y llegó en un vehículo con conductor persnal. Hablamos de varias cosas mientras esperaban a un tercer vehiculo y me advierten del frío tan grande que hará por la noche y pronostican lluvia. Es cierto que había una tormenta algo lejana con un nubarrón que lo oscurecía todo. Bueno, me dicen que la siguiente población esta como a veinte kilómetros y me proponen adelantarme unos diez en su coche. Dadas las circunstancias acepté. Me dejaron en un cruce donde ellos tomaban oto camino. Volví a montar las mochilas en la bicicleta y comencé a pedalear. "En una media hora encontraras el pueblo, allí te puedes alojar". El nubarrón se había acercado peligrosamente y yo empecé a estar acojonado porque caía la noche, pero como decía que el pueblo estaba tan cerca... ¿Cerca?.., los cojones, la media hora, según este policía, era yendo en coche. Y para colmo, la tormenta me alcanza y empieza a caer granizo. Ahora si que me entró el canguelo de verdad porque estaba todo como yo lo veía: negro, negrisimo. En mi vida pedalee tan urgente ni con tanta fuerza. Al final, allá a lo lejos, abajo, a unos tres kilómetros divisé el pueblo y no llore de alegría porque el frío me tena atenazaba todos los músculos de la cara. La bajada acabó de congelarme y cuando entré en aquella pequeña y modesta tienda de comestibles la mujer y sus dos niñas me miraban con una carita de asombro que yo mismo me hubiese reído de haber podido.
Resultó que el tal jefe de policía se había equivocado, mejor dicho, no tenía ni idea y no había alojamiento público en este pueblo llamado Negro Mayo. Fue la segunda vez que la policía me dio información absolutamente incorrecta. En la casa, me dejaron una "habitación" como lo llamó la dueña, en realidad un cuarto anexo a la vivienda que utilizan para guardar cosas y algo desordenado pero que fue mi salvación. No sabrá nunca su dueña cuánto se lo agradezco. Tardé muchísimo en entrar en calor a pesar de ponerme varias prendas encima, tal era el frío que me llegaba hasta los huesos. A pesar de todo lo mejor del día estuvo por llegar gracias a Pilar, de once años y a Rubi, de ocho, que vivían en esa casa.
A lo largo del viaje me he dado cuenta que en este país queda mucho por hacer en el tema de la educación. Me temo que está en niveles bajos, y ya es la segunda vez que hablando con los niños pude comprobarlo. En fin, que como Pilar, Rubi, y una amiguita que se sumo posteriormente al grupo, estaban llenas de curiosidad, tal como corresponde a las niñas de su edad, mi visita pasó a ser un hecho extraordinario y compartí con ellas todo cuanto había en mi tablet y en mi teléfono móvil. Vimos fotografías de España y de mi familia; todo les parecía bonito, probrecitas mías, y les enseñé todo lo que había grabado durante el viaje. Debo decir que con ello descubrieron que su propio país es un desconocido para ellas. Sabían el nombre de algunos lugares y poco más, ellas solo han viajado a distancias cortas del entorno. A cada fotografía yo les explicaba su contenido, como era el lugar, que había pasado un gran desierto o por carreteras de inmensas rectas. Y localizamos en uno de sus libros de texto un mapa mundi en el que situamos España y Perú, y hablamos del viaje en avión, del mar que nunca han visto, y de tantas y tantas cosas... aún ahora las veo con sus boquitas abiertas diciendo a cada imagen Oh, oh, oh...Y Rubi y yo acabamos haciendo los deberes del dia, juntos. Que estupendo final para una jornada tan dura.
Dormí dentro del saco vestido con dos pares de calcetines, mallas de ciclista (pantis), camiseta, y chaleco. Pasé mucho frío, especialmente en los pies. A pesar de todo debo dar gracias a la providencia por haberme encontrado con la policía y que su información fuera tan errónea porque ello hizo que siguiera avanzando. Había pensado acampar al aire libre, a casi 4900 msnm, y no quiero imaginar como hubiese sido la noche.
Dormí mal, muy mal, por el frío y porque me despertaba pidiendo oxigeno a grandes bocanadas. Dos días después el efecto ahogo sigue existiendo pero eso si, no he vuelto a tener dolor de cabeza. Obviamente debo de estar adaptándome a la altura.
De la etapa de ayer paso tabla rasa, han sido más y más montanas y sigo muy cansado.
Por aquí es raro conseguir cobertura de telefónica y de Internet, quien lo tiene es a través de satélite así que es misión imposible subir fotografías. Irán quedando para más adelante.
ENLACE a las fotografias
El descanso de dos días en Puquio me vino fantástico. Aún con el sol escondido salí pleno de euforia. Ahora me doy cuenta que en mi ignorancia no sabia bien lo que me esperaba. Y ello fue una etapa donde las primeras seis horas hubo un constante subir en zig zag por una carretera en continuado ascenso y plena de curvas increíbles. De hecho, la mayor parte del tiempo seguía viendo una y otra vez la misma imagen de Puquio allá abajo, lo cual resultaba desesperante.
Aquí hablamos ya de otro Perú, el de las cumbres, con un terreno permanentemente sinuoso y de gran belleza. Los colores, del verde claro al ocre lo inundan todo. El agua está permanentemente a la vista mientras desciende de lo más alto en pequeños regueros. Es por ello que hay verdor, y siendo así, no falta el ganado, especialmente el vacuno por ser aquí la altura más suave, del orden de los 3500 metros sobre el nivel del mar. Eso si, es una zona bastante despoblada así que fui precavido y portaba comida suficiente. En todo caso en algún punto inesperado y aislado de la ruta apareció un "restaurante" (así rezaba el cartel) que solo los habituales conocen. Por supuesto que aproveché para comer un plato elaborado aunque la trucha frita lo estaba tanto que la partía a trozos con la mano.
El tiempo pasaba con gran sufrimiento a cada pedalada hasta llegar a terreno más plano pero ya estaba muy cansado, tanto que entrada la tarde me empezé a preocupar porque había ganado mucha altura y el frío era proporcional. Me afectó el Soroche, también llamado mal de altura, y me produjo un fortísimo dolor de cabeza que pensé que calmaría con una infusión de coca que pedí para acompañar con la comida. Ni coca ni leches, por la noche tomé un Ibuprofeno y mano de santo. Lo peor fue el otro efecto, la sensación de ahogo por falta de aire. En realidad lo que me faltaba era oxigeno y yo abría la boca absorbiendo como un loco. Debo aclarar que llegué a una altura de 4500 metros lo que para un tipo como yo, acostumbrado a vivir a nivel del mar, es una barbaridad si tenemos en cuenta el factor bicicleta cargada hasta los topes y al consiguiente esfuerzo físico.
Un aparte para decir que a punto de parar y montar la tienda de campaña me encontré con una patrulla de la policía de carreteras lo que supuso a posteriori un buen enfado pero también la salvación. Siete polis en dos coches que me invaden a preguntas. Uno de ellos parecía un jefe importante y llegó en un vehículo con conductor persnal. Hablamos de varias cosas mientras esperaban a un tercer vehiculo y me advierten del frío tan grande que hará por la noche y pronostican lluvia. Es cierto que había una tormenta algo lejana con un nubarrón que lo oscurecía todo. Bueno, me dicen que la siguiente población esta como a veinte kilómetros y me proponen adelantarme unos diez en su coche. Dadas las circunstancias acepté. Me dejaron en un cruce donde ellos tomaban oto camino. Volví a montar las mochilas en la bicicleta y comencé a pedalear. "En una media hora encontraras el pueblo, allí te puedes alojar". El nubarrón se había acercado peligrosamente y yo empecé a estar acojonado porque caía la noche, pero como decía que el pueblo estaba tan cerca... ¿Cerca?.., los cojones, la media hora, según este policía, era yendo en coche. Y para colmo, la tormenta me alcanza y empieza a caer granizo. Ahora si que me entró el canguelo de verdad porque estaba todo como yo lo veía: negro, negrisimo. En mi vida pedalee tan urgente ni con tanta fuerza. Al final, allá a lo lejos, abajo, a unos tres kilómetros divisé el pueblo y no llore de alegría porque el frío me tena atenazaba todos los músculos de la cara. La bajada acabó de congelarme y cuando entré en aquella pequeña y modesta tienda de comestibles la mujer y sus dos niñas me miraban con una carita de asombro que yo mismo me hubiese reído de haber podido.
Resultó que el tal jefe de policía se había equivocado, mejor dicho, no tenía ni idea y no había alojamiento público en este pueblo llamado Negro Mayo. Fue la segunda vez que la policía me dio información absolutamente incorrecta. En la casa, me dejaron una "habitación" como lo llamó la dueña, en realidad un cuarto anexo a la vivienda que utilizan para guardar cosas y algo desordenado pero que fue mi salvación. No sabrá nunca su dueña cuánto se lo agradezco. Tardé muchísimo en entrar en calor a pesar de ponerme varias prendas encima, tal era el frío que me llegaba hasta los huesos. A pesar de todo lo mejor del día estuvo por llegar gracias a Pilar, de once años y a Rubi, de ocho, que vivían en esa casa.
A lo largo del viaje me he dado cuenta que en este país queda mucho por hacer en el tema de la educación. Me temo que está en niveles bajos, y ya es la segunda vez que hablando con los niños pude comprobarlo. En fin, que como Pilar, Rubi, y una amiguita que se sumo posteriormente al grupo, estaban llenas de curiosidad, tal como corresponde a las niñas de su edad, mi visita pasó a ser un hecho extraordinario y compartí con ellas todo cuanto había en mi tablet y en mi teléfono móvil. Vimos fotografías de España y de mi familia; todo les parecía bonito, probrecitas mías, y les enseñé todo lo que había grabado durante el viaje. Debo decir que con ello descubrieron que su propio país es un desconocido para ellas. Sabían el nombre de algunos lugares y poco más, ellas solo han viajado a distancias cortas del entorno. A cada fotografía yo les explicaba su contenido, como era el lugar, que había pasado un gran desierto o por carreteras de inmensas rectas. Y localizamos en uno de sus libros de texto un mapa mundi en el que situamos España y Perú, y hablamos del viaje en avión, del mar que nunca han visto, y de tantas y tantas cosas... aún ahora las veo con sus boquitas abiertas diciendo a cada imagen Oh, oh, oh...Y Rubi y yo acabamos haciendo los deberes del dia, juntos. Que estupendo final para una jornada tan dura.
Dormí dentro del saco vestido con dos pares de calcetines, mallas de ciclista (pantis), camiseta, y chaleco. Pasé mucho frío, especialmente en los pies. A pesar de todo debo dar gracias a la providencia por haberme encontrado con la policía y que su información fuera tan errónea porque ello hizo que siguiera avanzando. Había pensado acampar al aire libre, a casi 4900 msnm, y no quiero imaginar como hubiese sido la noche.
Nunca un plato de sopa me sentó tan bien |
Dormí mal, muy mal, por el frío y porque me despertaba pidiendo oxigeno a grandes bocanadas. Dos días después el efecto ahogo sigue existiendo pero eso si, no he vuelto a tener dolor de cabeza. Obviamente debo de estar adaptándome a la altura.
De la etapa de ayer paso tabla rasa, han sido más y más montanas y sigo muy cansado.
Por aquí es raro conseguir cobertura de telefónica y de Internet, quien lo tiene es a través de satélite así que es misión imposible subir fotografías. Irán quedando para más adelante.
ENLACE a las fotografias
No hay comentarios:
Publicar un comentario