lunes, 29 de junio de 2015

Uyuni

Por fin en Uyuni, primero porque es otro de los lugares emblemáticos, especialmente por su desierto de sal, pero sobre todo porque los más de cien últimos kilómetros andados, se han convertido en una pesadilla al tener que pedalear por una carretera en obras, de tierra y piedra y una capa de polvo que dejo mis alforjas blancas y mis pulmones absolutamente sucios.

Esta altiplanicie, tal como vengo comentando en los últimos días, lo conforma un paraje bastante inhóspito, pero estos doscientos kilómetros hasta llegar a Uyuni son un desierto en toda regla.

Arranqué de Ouro con el amanecer. Tan temprano los negocios están cerrados así que empiezo y con suerte en algún momento aparece un puesto callejero donde comer algo.

Puesto de desayuno. Bebidas tipicas y buñuelos
En este caso pude tomar un café y comer un buñuelo tan grande como una boina vasca. Ello, sentado en un banco junto a otra gente trabajadora que inicia la jornada. Un rato de charla, preguntas de ellos sobre mi y el viaje, preguntas mías sobre la ruta, etc. Cuando me despedía, la señora del puesto se acerco discretamente para advertirme:
- Ya me tenga cuidado, eh?. La miro extrañado, ¿Porque?, pregunto. Porque le quitan la grasita de la espalda... en Challapata. Debí poner cara rara porque ella parece ruborizarse, -eso dicen, finaliza, y vuelve  a su puesto.

No había andado ni diez minutos y topo con un personaje al que no me resisto a parar y preguntarle lo que era obvio:
- Amigo, buenos días, ¿Para que sirve esto?.
Pues si, tan temprano, me encontré con un afilador y su reconocible maquina tan similar a la de los afiladores de Ourense. ¡¡Manda carallo!!

¡¡¡ Afiladooor !!!

Seguí camino muy abrigado contra el frío, igual que el afilador, y paré en Poopò, tan solo a 59 km. Tuve que hacerlo por culpa de un dolor en la ingle que me molestó bastante y no tengo idea del porqué, pero que  soporté también al día siguiente. Supongo que es cansancio acumulado.

En Poopò, aproveché y estuve de balneario. Esta zona, lo es de aguas termales, y por un módico precio me fui a dar un baño terapéutico. No se si me vino bien o mal pero lo cierto es que sufrí una ligera bajada de  tensión y salí pronto del agua.

Agua calentita y unas burbujas muy oportunas, jeje
Pazña, así se llama el siguiente pueblo. Aquí hice un alto para tomar una empanadilla al lado de unos de los controles de carretera tan típicos tanto en Perú como en Bolivia. No existen autopistas, las mejores carreteras, aunque tengan cuatro carriles, permiten circular a todo bicho viviente, incluidos ciclistas. Así que se encuentran  controles de este tipo en todas las vías donde se paga una cantidad por circular.

Ah, y un jovenzuelo de veinte años, mas cargado que una cuba a pesar de lo temprano del día, se empeño en que lo dejara "manejar" la bicicleta. Bueno, bueno, casi tengo un lío para poder quitárselo de encima.

Y más y más pedal, y mas y más desierto.

Es duro vivir entre soledad y cactus
Uno se harta de carreteras de rectas kilométricas y llanas. Es aburridísimo, y tampoco encuentras alicientes de relación humana así que en cuanto llega la oportunidad, paradita, hola, qué tal, y trato de charlar un ratillo. Como pasó al salir de Pazña; sobre las 8:30 de la mañana me encuentro a un hombre mayor que venía caminando hacia la carretera en un paraje solitario y con un frío del carajo. Lento, lentito, apoyado en dos cayados. Se llama Vicente y me contó que tiene 89 años, y dos hijos viviendo en España. Que querían llevárselo para allá pero el hombre no se ve fuera de ese agujero de mierda que él parece querer tanto y que ya asume como su lugar para acabar la vida. Le animé a irse a España, que se vaya a ver a sus nietos, que deje esa casita vieja de adobe donde vive SOLO en medio de la nada. Me miro con mirada triste y cara muy arrugadita por el frío, el sol y los años y nos despedimos, yo, hacia el siguiente pueblo, y él cruzando lentito la carretera. Que pena me dio Vicente, qué jodidamente injusta es la vida a veces.

Pernocto en Challapata donde están de mercado. Es un mercado en la calle, enorme, lleno de gente llegada de todos los pueblos del entorno.

Puesto de venta de hoja de coca


Se compra y se vende de todo en medio de un bullicio y un trajín que te dejan perplejo hasta que, con el tiempo vas cogiéndola onda. Me gusta pasear por medio de la gente, de los puestos de venta, de los cientos de perros callejeros, de los niños correteando, o subidos en carros, de mamás con pequeños atados a la espalda, de los camiones cargando y decargando, del polvo, que lo envuelve todo... Y paso montado en mi bicicleta cargado con las alforjas, y siempre hay quien te mira con curiosidad, al gringo, pero..
- que carajo hará este tipo de barba blanca jodiendo el cuerpo por el mundo adelante.
Los mas viejos son curiosos y los mas jóvenes, a veces impertinentes y otras... bueno, otras, pasas delante de ellos, te miran, cruzan palabras entre si y se ríen burlonamente. A mi, a veces me da pena, porque yo, viajero camino ampliando mundo, y ellos, pobres, viven en el suyo, que en muchos casos no va mas allá de esa conflictividad picara y burlona entre sí.

Sera difícil olvidarme de mi llagada a un pueblo con el que no contaba porque el sr. Google no me informó.  Se llama Río Mulato. Cubierto de polvo y calle de tierra seca, apareció este sitio y a mi me recordó de nuevo a algún típico paraje del Oeste americano próximo a la frontera mexicana. Casitas bajas de adobe, una calle anchisima cruzada en linea por el ferricarril, como una espina dorsal, y puestos de venta de comida. Resultó ser un punto de parada técnica para autobuses de pasajeros. 

Calle principal, y única, de Río Mulato


Me fui a uno de los tenderetes de comida, pedí un plato de esos que llevan pollo, si o si, y pasta con nosecuantascosasmas. Yo, hace tiempo que aprendí a no preguntar sobre el contenido de los platos, me limito a engullir y se acabó. Es corriente que te den un tenedor o una cuchara (como en este caso) pero no ambas cosas. Asi que, si necesitas mas herramientas usas las manitas que Dios te dio, sin lavar, claro, porque en estos puestos de calle agua no tienen, ni sitio donde mear, ni puñetera gana de atendente más allá de lo necesario. Así que pagas, comes, te manchas de grasa y te limpias donde puedes. ¿Entendido?, así son las cosas acá y así hay que aceptarlas.

Y en ese estado lamentable en el que me encontraba en medio de este paraje llegaron tres autobuses y pararon para el almuerzo. Uno de ellos, que iba en mi misma dirección, tenia las gomas de las ruedas taqueadas y eso me llamo la atención relativamente, a la vista de los caminos de tierra. Total, que pregunto y me informan que hasta Uyuni quedan unos 80 km, por una carretera en obras y polvorientas, o sea, más de lo mismo. Claro, lo primero que se me ocurre es saber si me venden un billete y lo segundo es meter la bici en el autobús a toda leche antes de que el conductor se arrepienta. Y aquí estoy, a pie del Salar de Uyuni al que visitaré en las próximas horas y al que dedicaré un espacio especial en estas notas mías.


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