A veces, uno esta agradecido a su dios, otra a los astros... Yo hoy le estoy agradecido a un río del cual aun no he podido saber su nombre.
A las 6:15, Chalhuanca estaba iluminado solamente por las luces mortecinas de las farolas locales asi que imposible echarse a la carretera sin correr riesgos. Voy en busca de la señora (siempre es una señora) que con el carrito vende bocadillitos variados de entre uno y dos soles. Tomo uno de huevo frito y no encuentro ningún local abierto para hacerme con una jarra de café soluble, que es lo que siempre me ofrecen. Con lo rico que estaba aquel café peruano que tome en Lima…
Aparecen las primeras luces, que no el sol, y arranco la jornada. Para mi sorpresa se confirma el terreno llano o en ligera pendiente que me dicen mis informantes. Pedaleo lleno del habitual escepticismo esperando encontrar la subida de turno tan propias de estas montañas. La carretera es buena y sigue el curso del rio, en paralelo y casi sin despegarse de el, como una buena pareja de baile.
Pasan los kilómetros, yo sigo en un pedaleo cómodo, sin demasiados esfuerzos y disfrutando de un paisaje que a medida que pasa el tiempo se va haciendo mas visible y mas hermoso. El sol tarda en aparecer sobre mi porque camino por el fondo de un profundo valle pero cuando aparece en lo alto es el colmo de las sensaciones. La cuestión es que sigue sin hacerse visible la temida subida y yo mas contento que unas castañuelas. Paro cada poco tiempo para sacar una fotografía, pero son tantas las imágenes que me impactan que me enfado conmigo mismo y me digo que no puede ser, que debo mantener un ritmo y aprovechar la ventaja que el terreno me ofrece. Imposible, no lo consigo y la camara capta una y otra vez solo una pequeñisima parte de lo que ve. La cámara no tiene sentimientos, ni visión en 3d, no ve los colores como yo, ni oye el rumor constante del agua como mis oídos lo hacen, ni disfruta del calor liviano del sol al amanecer… y tantas y tantas sensaciones que acabas olvidando a donde te diriges y que el tiempo es limitado.
Sigue sin haber subidas, sigue la carretera y el río confabulados en una danza amorosa interminable. Y yo, feliz como una perdiz porque no termine nunca.
Los montes que conforman el valle son como enormes monstruos que unas veces sientes que te protegen y otras que te amenazan, tal es su magnitud. No dejo de mirarlos y descubrir la variadisima vegetacion que los viste, se me clava la miada en lo alto de la cumbre, tal alto que parece imposible. Y descubro mas adelante un puente colgante que me llama tanto la atención que cruzo la carretera para verlo.
Precipicio sobre el río que hay que salvar para llegar a las casa de el otro lado. Ingeniería elemental con componentes de acero trenzado para los cables de sustentacion y base vegetal de hojas trenzadas a mano. Son hojas de una planta muy abundante por Los Andes, similar a la de Aloe Vera pero mas grande. Y con esta tecnología y con esos materiales tan locales consiguen comunicar las dos orillas y que los animales pasen con carga. Estoy convencido que sus pezuñas sienten la pisada mas natural y segura sobre esto que sobre tablas de madera.
Mas adelante encontré una señal indicando un lugar con camping. Que rabia me dio no pararme para montar la tienda y pesar la tarde y noche. Aquello merecía muchisimo la pena porque el lugar era escandalosamente bello. Pero tenia que aprovechar y seguir dando pedales.Y no se cuando ni en que momento, el rio rompe unilateralmente su idilio con la carretera y me deja solo en ella justo cuando empieza una pendiente que ya no terminaria hasta quince kilómetros después. Me pilló tan desprevenido que hasta el agua de mi botella era escasa. Madre de dios que subida tan larga. A la pregunta de cuanto queda siempre te dicen que tranquilo, que en breve llegas, seis kilómetros, tres curvas y no más llegas… y una leche, que mal me informan.
Entré en Abancay ya tarde y reventado, pero con un pedazo etapón a la espalda de 121 kilómetros que mis sentidos recordaran eternamente.
Enlace a las fotografias
A las 6:15, Chalhuanca estaba iluminado solamente por las luces mortecinas de las farolas locales asi que imposible echarse a la carretera sin correr riesgos. Voy en busca de la señora (siempre es una señora) que con el carrito vende bocadillitos variados de entre uno y dos soles. Tomo uno de huevo frito y no encuentro ningún local abierto para hacerme con una jarra de café soluble, que es lo que siempre me ofrecen. Con lo rico que estaba aquel café peruano que tome en Lima…
Aparecen las primeras luces, que no el sol, y arranco la jornada. Para mi sorpresa se confirma el terreno llano o en ligera pendiente que me dicen mis informantes. Pedaleo lleno del habitual escepticismo esperando encontrar la subida de turno tan propias de estas montañas. La carretera es buena y sigue el curso del rio, en paralelo y casi sin despegarse de el, como una buena pareja de baile.
Pasan los kilómetros, yo sigo en un pedaleo cómodo, sin demasiados esfuerzos y disfrutando de un paisaje que a medida que pasa el tiempo se va haciendo mas visible y mas hermoso. El sol tarda en aparecer sobre mi porque camino por el fondo de un profundo valle pero cuando aparece en lo alto es el colmo de las sensaciones. La cuestión es que sigue sin hacerse visible la temida subida y yo mas contento que unas castañuelas. Paro cada poco tiempo para sacar una fotografía, pero son tantas las imágenes que me impactan que me enfado conmigo mismo y me digo que no puede ser, que debo mantener un ritmo y aprovechar la ventaja que el terreno me ofrece. Imposible, no lo consigo y la camara capta una y otra vez solo una pequeñisima parte de lo que ve. La cámara no tiene sentimientos, ni visión en 3d, no ve los colores como yo, ni oye el rumor constante del agua como mis oídos lo hacen, ni disfruta del calor liviano del sol al amanecer… y tantas y tantas sensaciones que acabas olvidando a donde te diriges y que el tiempo es limitado.
Sigue sin haber subidas, sigue la carretera y el río confabulados en una danza amorosa interminable. Y yo, feliz como una perdiz porque no termine nunca.
Los montes que conforman el valle son como enormes monstruos que unas veces sientes que te protegen y otras que te amenazan, tal es su magnitud. No dejo de mirarlos y descubrir la variadisima vegetacion que los viste, se me clava la miada en lo alto de la cumbre, tal alto que parece imposible. Y descubro mas adelante un puente colgante que me llama tanto la atención que cruzo la carretera para verlo.
Precipicio sobre el río que hay que salvar para llegar a las casa de el otro lado. Ingeniería elemental con componentes de acero trenzado para los cables de sustentacion y base vegetal de hojas trenzadas a mano. Son hojas de una planta muy abundante por Los Andes, similar a la de Aloe Vera pero mas grande. Y con esta tecnología y con esos materiales tan locales consiguen comunicar las dos orillas y que los animales pasen con carga. Estoy convencido que sus pezuñas sienten la pisada mas natural y segura sobre esto que sobre tablas de madera.
Mas adelante encontré una señal indicando un lugar con camping. Que rabia me dio no pararme para montar la tienda y pesar la tarde y noche. Aquello merecía muchisimo la pena porque el lugar era escandalosamente bello. Pero tenia que aprovechar y seguir dando pedales.Y no se cuando ni en que momento, el rio rompe unilateralmente su idilio con la carretera y me deja solo en ella justo cuando empieza una pendiente que ya no terminaria hasta quince kilómetros después. Me pilló tan desprevenido que hasta el agua de mi botella era escasa. Madre de dios que subida tan larga. A la pregunta de cuanto queda siempre te dicen que tranquilo, que en breve llegas, seis kilómetros, tres curvas y no más llegas… y una leche, que mal me informan.
Entré en Abancay ya tarde y reventado, pero con un pedazo etapón a la espalda de 121 kilómetros que mis sentidos recordaran eternamente.
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